Desarrollo Espiritual

Cuentos para tu Desarrollo Espiritual

Hay muchas formas de emprender nuestro Desarrollo o Crecimiento Espiritual. Existen muchos libros que abordan el tema así como cursos, talleres y retiros y, aunque siempre he recalcado que el mejor camino es el propio, guiado por nosotros mismos, por nuestro Yo Superior, siempre podemos ayudarnos y, sobre todo, inspirarnos con enseñanzas de aquellos que ya han recorrido el camino.

La forma más fácil y didáctica, son los pequeños cuentos o relatos que abordan un tema específico, cortos pero efectivos, nos ayudan a desarrollar una mejor comprensión para la puesta en práctica pues, recordemos que, el conocimiento no se convierte en sabiduría hasta que no se pone en práctica.

¡Comenzemos!

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El Problema

Cuenta la leyenda que en un monasterio budista ubicado en una ladera casi inaccesible de las frías y escarpadas montañas del Himalaya, un buen día uno de los monjes guardianes más ancianos falleció. Le hicieron los rituales tibetanos propios para esas ocasiones, llenas de profundo respeto y misticismo. Sin embargo, era preciso que algún otro monje asumiera las funciones del puesto vacante del guardián.
Debía encontrarse el monje adecuado para llevarlas a cabo.

El Gran Maestro convocó a todos los discípulos del monasterio para determinar quién ocuparía el honroso puesto de guardián. El Maestro, con mucha tranquilidad y calma, colocó una magnifica mesita en el centro de la enorme sala en la que estaban reunidos y encima de ésta, colocó un exquisito jarrón de porcelana, y en él, una rosa amarilla de extraordinaria belleza y dijo:

 

―He aquí el problema. Asumirá el puesto de Honorable 

Guardián de nuestro monasterio el primer monje que lo 

resuelva.

Todos quedaron asombrados mirando aquella escena: un jarrón de gran valor y belleza, con una maravillosa flor en el centro.
Los monjes se quedaron como petrificados en el más respetuoso silencio, hundidos en sus interrogantes
 

internas… ¿Qué representaría ese bello jarrón con flores? ¿Qué hacer con él? ¿Cuál podría ser el enigma encerrado de tan delicada belleza? ¿Simbolizaría acaso las tentaciones del mundo? ¿Podría ser algo tan simple como que necesitara 

agua la flor? Eran tantas preguntas… 

 

En un momento determinado, uno de los discípulos sacó una espada, miró al Gran Maestro, y a todos sus compañeros, se 

dirigió al centro de la sala y … zas!! Destruyó todo de un 

solo golpe. 

  

Tan pronto el discípulo retornó a su lugar, el Gran Maestro dijo:
―Alguien se ha atrevido no sólo a dar solución al
  problema, sino a eliminarlo. Honremos a nuestro Guardián del Monasterio.

 

En realidad, poco importa cuál sea el problema.
Hay problemas cuyo aspecto nos confunde, pues halaga los sentidos. En el fondo sigue siendo un problema. Si el problema, es exactamente eso: un problema, y precisa ser eliminado, no importa que se trate de una mujer sensacional, o de un hombre maravilloso o de un gran amor que se ha esfumado.

Por más hermosa que haya sido la experiencia que has vivido o lo significativa que haya sido la persona con quien has estado, si no existiera más sentido para ello en tu vida, tiene que ser eliminado.
Muchas personas cargan la vida entera el peso de cosas que fueron importantes en su pasado y que hoy solamente ocupan un espacio inútil en sus mentes, espacio que es indispensable para recrear la vida. 

 

Los dos Monjes Budistas

Dos monjes Budistas estaban paseando fuera del monasterio. Uno era un viejo maestro aproximadamente de unos noventa años y el otro era un principiante joven. Ellos estaban cerca de una corriente de agua que había inundado sus bancos. Al lado de la corriente había una joven hermosa que les dijo:

-Mirad
, Maestros, está todo inundado. ¿Me ayudaría usted a travesar la corriente?

El
joven monje estaba horrorizado ante el hecho de tener que tomarla para atravesar el charco, pero el viejo con calma la tomó y la llevó a través de la corriente.
Cuando llegaron al
otro lado de la corriente, él la dejó y los dos monjes continuaron caminando. El joven no podía dejar de pensar en este incidente y finalmente, al regresar al monasterio, le dijo al más viejo:

-¡Maestro!
Usted sabe que hemos jurado abstinencia. No nos permiten tocar a una joven hermosa así. ¿Cómo pudo usted tomar a aquella joven hermosa en sus brazos y dejarle poner sus manos alrededor de su cuello, sus pechos al lado de su pecho, y llevarle a través de la corriente así?

El anciano le dijo: -Hijo mío, yo dejé a la joven al otro lado de la corriente kilómetros atrás, ¡
usted todavía la lleva encima!
 


Regularmente nos vemos incapaces de soltar el pasado, lo llevamos sobre nuestra espalda, como una pesada carga. Este cuento nos enseña a soltar lo que ya pasó para que esto no intervenga con nuestro presente ni influya en nuestro futuro.

Juicios

En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco. Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre decía: -Para mí, él no es un caballo, es una persona. ¿Y cómo se puede vender a una persona, a un amigo? -Era un hombre pobre pero nunca vendió su caballo.

Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el
 establo. Todo el pueblo se reunió diciendo: -Viejo estúpido, sabíamos que algún día le robarían su caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras. ¡Qué desgracia!
 

No vayáis tan lejos. -dijo el viejo-. Simplemente decid que el caballo no estaba en el establo. Este es el hecho, todo lo demás es vuestro juicio. Si es una desgracia o una suerte, yo no lo sé, porque esto apenas es un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?

La gente se rió del viejo. Ellos siempre
 habían sabido que estaba un poco loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado, se había escapado. Y no solo eso sino que trajo consigo una docena de caballos salvajes. 

Jamás podremos saber lo que sucede para bien o para mal pues nuestra visión no es tan amplia; solemos poner a juicio todo ignorando que los juicios siempre dependen de nuestra perspectiva de ver el mundo y de nuestras creencias limitantes. Todo tiene un por qué pero no siempre somos capaces de verlo.

Desafíos

Es imprescindible un poco de lucha. Las tormentas con sus truenos, relámpagos y tristezas, nos enriquecen tanto como la felicidad y la alegría. Oí una parábola antigua. Y debe ser muy antigua porque, en aquellos días, Dios acostumbraba a vivir en la tierra. 

Un día, un viejo campesino fue a verle y le dijo: ―Mira, tú debes ser Dios y debes haber creado el mundo, pero hay una cosa que tengo que decirte: No eres un campesino, no conoces ni siquiera el ABC de la agricultura. Tienes algo que aprender-. Dios dijo: ―¿Cual es tu consejo?-. El granjero dijo: -Dame un año y déjame que las cosas se hagan como yo quiero y veamos que pasa. La pobreza no existirá más-.

 

Dios aceptó y le concedió al campesino un año. Naturalmente pidió lo mejor y solo lo mejor: ni tormentas, ni ventarrones, ni peligros para el grano. Todo confortable, cómodo y él era muy feliz. El trigo crecía altísimo. Cuando quería sol, había sol; cuando quería lluvia, había tanta lluvia como hiciera falta. Este año todo fue perfecto, matemáticamente perfecto. 

El trigo crecía tan alto….que el granjero fue a ver a Dios y le dijo: -¡Mira! esta vez tendremos tanto grano que si la gente no trabaja en diez años, aún así tendremos comida suficiente-. 

Pero cuando se recogieron los granos, estaban vacíos. El granjero se sorprendió. Le preguntó a Dios: -¿Qué pasó, qué error hubo?-. Dios dijo: -Como no hubo desafío, no hubo conflicto, ni fricción, como tu evitaste todo lo que era malo, el trigo se volvió impotente. Un poco de lucha es imprescindible. Las tormentas, los truenos, los relámpagos, son necesarios, porque sacuden el alma dentro del trigo-. 

La noche es tan necesaria como el día y los días de tristeza son tan esenciales como los días de felicidad. A esto se le llama entendimiento. Entendiendo este secreto descubrirás cuán grande es la belleza de la vida, cuanta riqueza llueve sobre tí en todo momento, dejando de sentirte miserable porque las cosas no van de acuerdo con tus deseos. 

Inteligencia

Una tarde la gente vio a Rabiya buscando algo en la calle frente a su choza. Todos se acercaron a la pobre anciana,
-¿Qué pasa?
-le preguntaron-, ¿qué estás buscando?
―Perdí mi aguja -dijo ella-. Y todos la ayudaron a buscarla. Pero alguien le preguntó: ―Rabiya, la calle es larga, pronto
 no habrá más luz. Una aguja es algo muy pequeño, ¿porqué no nos dices exactamente dónde se te cayó?
-Dentro de mi casa -dijo Rabiya.

―¿Te has vuelto loca? –
preguntó la gente-. Si la aguja se te ha caído dentro de tu casa, ¿porqué la buscas aquí afuera?
―Porque aquí hay luz, dentro de la casa no hay.
―Pero aún habiendo luz, ¿cómo podremos encontrar la aguja
 aquí si no es aquí donde la has perdido? Lo correcto sería llevar una lámpara a la casa y buscar allí la aguja. –Y Rabiya se rió. 

―Sois tan inteligentes para las cosas pequeñas ¿cuándo vais a utilizar esta inteligencia para vuestra vida interior? 

Os he visto a todos buscando afuera y yo sé perfectamente bien, lo sé por mi propia experiencia que lo que buscáis está perdido dentro. Usad vuestra inteligencia ¿porqué buscáis la felicidad en el mundo externo? ¿Acaso lo habéis perdido allí?. 


Se quedaron sin palabras y Rabiya desapareció dentro de su casa.
 

Usa tu inteligencia para buscar las cosas donde están y no donde no están, aunque esté obscuro.

Ni tu ni yo somos los mismos

El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.

Cierto día que el Buda estaba
paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo.
El Buda se
dio cuenta de lo sucedido y permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.

Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente. Muy
sorprendido, Devadatta preguntó:
-¿No estás enfadado, señor?
No, claro que no-. Sin salir de su asombro, inquirió:
¿Por qué?- y el Buda dijo:
Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando fue arrojada.
El
Maestro dice: «Para el que sabe ver, todo es transitorio; para el que sabe amar, todo es perdonable».

Si hay algo permanente en esta vida, es el cambio. Como seres, vamos adquiriendo nuevos conocimientos y entendimiento a través de las experiencias; estas nos transforman en todo momento y a cada paso. 
No somos los mismos del día anterior y no debemos pensar que los demás también lo son.
 

La Cuerda de la Vida

Cuentan que un alpinista desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía después de años de preparación. Pero quería la gloria para él solo, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde. No se preparó para acampar, sino que siguió subiendo decidido a llegar a la cima, hasta que se hizo la oscuridad. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo 100 metros de la cima,
 resbaló y se desplomó por los aires…Caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. Seguía cayendo… y en esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los gratos y no tan gratos momentos de su vida. Pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo partió en dos… Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.

Después de un momento de quietud, suspendido por los aires, gritó con todas sus fuerzas:
¡¡¡Ayúdame Dios mío!!!…

De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:

-¿ QUÉ QUIERES QUE HAGA, HIJO MIO ?

Sálvame, Dios mío. 

¿REALMENTE CREES QUE TE PUEDA SALVAR? 

Por supuesto, Señor.
-ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE…

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda y reflexionó…  Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado fuertemente con las manos a una cuerda…
A TAN SOLO DOSMETROS DEL SUELO…
 

¿Y tú ?, ¿qué tan confiado estás de tu cuerda?, ¿por qué no la sueltas? 

 

La Olita Ignorante

Erase una vez una olita pequeñita que vivía muy alegre juntoa otras olitas, allí mar adentro.
A ella le gustaba mucho saltar y disfrutar de la compañía de sus compañeras. Tenía fama de ser muy alegre y divertida.
Un día por eso de las corrientes marinas, nuestra protagonista se fue desplazando hacia tierra y cuál no sería su desconsuelo cuando observó en uno de sus saltos, que las otras compañeras que le precedían terminaban rompiéndose contra el acantilado, o desapareciendo entre la arena de la playa, o fruto del reflujo marino, eran desplazadas hacia otras costas.

Toda compungida se volvió hacia su mejor amiga que se encontraba asustando a las gaviotas y le dijo:
-¡Qué ignorante eres! Estás jugando y divirtiéndote sin haberte dado cuenta que dentro de poco, cuando la corriente nos lleve hacia la tierra, desapareceremos para siempre y no nos volveremos a ver.
-S
u amiga, la otra ola, le contestó:
-Ignorancia la tuya, que todavía no te has dado cuenta que lejos de desaparecer estaremos juntas para siempre, porque entre todas somos… EL MAR!. 

Nada se crea ni se destruye y todos, somos uno.

 

El Valor de las Cosas

―Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren 

más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo: -Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizás después… -y haciendo una pausa agregó-: Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después talvez te pueda ayudar.

-E…encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
-Bien -asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó:
-Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.

En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó. Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación. -Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
-Qué importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
-¡¿58 monedas?! -exclamó el joven-. Sí -replicó el joyero-, Yo sé que con tiempo podríamos
 obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé… si la venta es urgente… 

El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? -Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.
 

 

Chiyono

Chiyono era una mujer bella. Aunque en su interior atesoraba el amor más puro y hermoso, la mayoría de los hombres que se acercaron a su vida buscaban disfrutar del deseo que les despertaba la perfección de su cuerpo. Y Chiyono descubrió que no había hombre que pudiera corresponder a su amor; que el único amante que podía ver lo que los ojos velaban era el amor divino. Y vagó de monasterio en monasterio, y en todos recibió la misma negativa. Su belleza sólo podría alterar la tranquilidad delos monjes, y hasta era posible que consiguiera con su sola presencia que más de uno abandonara la austeridad y el silencio.
Chiyono, cansada de ser valorada sólo por su aspecto, deformó su cuerpo sometiéndolo a dolorosas quemaduras. Su rostro, de piel aterciopelada y blanco perla, era ahora carne viva y purulenta.

 

Tras recuperarse de sus heridas, decidió volver a visitar los monasterios que antes le habían cerrado sus puertas. Al ver su aspecto y conocer el porqué de su estado, los monjes aceptaron respetuosamente su presencia y valoraron su deseo de volcar su vida al despertar divino. Cuando pudo por fin dedicarse a lo que quería, estuvo años, década tras década, realizando las mismas rutinas, pacientemente, intentando mantenerse alerta a las indicaciones de los maestros y a sus propias experiencias .Su vida era bien sencilla; pero había aprendido que no eran las actividades en sí las que daban plenitud y sentido a la vida, sino la actitud con que éstas se realizaban.

De sus maestros había aprendido también a observarse al caminar… al fregar el suelo… al preparar la comida… al meditar sentada frente a un muro carente de objetos… Observaba su aburrimiento, su tristeza, su ira, su sueño… y sabía que en la realidad iluminada nada de esto era de ella… Si se aburría, se decía: ―el aburrimiento está pasando por mí-… Si reaccionaba con ira, no la reprimía ni justificaba; se observaba y se decía: ―la ira está pasando por mí.
 

Y así estuvo años y más años, intentando ir más allá de la aparente repetición de la rutina, para descubrir la cualidad de frescura y espontaneidad que tenía, no lo acción en sí (fuera o no fuera nueva), sino la vivencia constante en el eterno presente.
Una noche, realizando una de las tareas propias de su rutina, fue a buscar agua a un pozo cercano. Tras llenar el destartalado cubo, se dispuso a llevarlo con calma y cuidado para no perder parte de su preciado contenido durante el camino. La noche, de nubes y claros, estaba tenuemente iluminaba por el resplandor de una hermosa luna llena.

 

Chiyono alternaba su vista en el suelo, la Luna y el reflejo oscilante de ésta en el agua del balde. De repente, mientras observaba el reflejo de la luna en el agua, tropezó, cediendo las asas y rompiéndose al impactar contra el suelo.
Durante unos instantes, la monja Chiyono permaneció inmóvil, observando los restos del cubo y cómo el agua se filtraba poco a poco en las porosidades del suelo… Luego, miró directamente a la luna… Y en ese sencillo percance, tras años de esfuerzo, paciencia y tenacidad, Chiyono se iluminó.
Rememorando lo que sintió en ese instante, escribió:
 

 

«De un modo y otro traté de mantener el cubo íntegro, esperando que el débil bambú nunca se rompiera. De repente, el fondo se cayó. No más agua; no más reflejo de la luna en el agua: vaciedad en mi mano».

Este, me parece un cuento, aunque algunas narraciones dicen que sí sucedió, muy profundo.
Para poder avanzar, hay que soltar, dejar ir; ya sea pensamientos, emociones, creencias, perspectivas…
La clave está en vaciarse. Hasta de los reflejos.

Un antigüo proverbio Chino dice:
Para que tú puedas
beber vino en una copa que se encuentra llena de té, es necesario primero tirar el té y entonces podrás servir y beber el vino.
Limpia
tu vida, comienza por las gavetas, armarios, hasta llegar a aquellas personas del pasado que no tienen más sentido que sigan ocupando un espacio en tu mente.
Exígete a ti mismo lo que te gustaría exigirles a los demás, y a los demás déjalos tranquilos sin esperar nada de ellos, así te ahorraras disgustos.
No te quejes con tu Dios diciéndole que tienes un gran problema, dile a tu problema que tienes un gran Dios, y
ese Dios eres tú.
 

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